Hay responsos laicos, amigos jóvenes. Hay responsos de íntima emoción que no pueden quedar inéditos. También nosotros hemos de contar y cantar nuestros muertos. Cantar con sordina apenada.
Entre la juventud de valía que ha muerto en los climas desapacibles del destierro, contamos con señalada predilección un nombre preclaro: Viroga (1). Viroga era un joven animoso y evolucionado por convicciones fervientes. Era el empuje juvenil que despierta magníficamente. En medio de complejidades y tragedias, Viroga tenía una reserva tan abundante de reacciones vitales, que éstas quedaron agotadas en los primeros tiempos del exilio por el trabajo. Y aquel Viroga tan inteligente y tan cauto, aquel Viroga tan buenazo, murió con los pulmones destrozados y, ¡oídlo, vagos de café y de pasillo!, con el hacha de leñador en la mano.
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