Acracia Reloaded - Antón Fernández de Rota


Hemos rechazado la proyección utópica del anarquismo, también su concepción de la revolución. Hemos rechazado la lógica del par posibles/realización, y la idea de la “naturaleza humana” en la que se fundamentaba. Legítimamente podría preguntarse qué es lo que queda de anarquismo propiamente dicho después de la crítica y la reinvención que en este artículo se propone. En un libro reciente Benedict Anderson ha escrito:


“Following the collapse of the First Internacional, and Marx´s death in 1883, anarchism, in its characteristically variegated forms, was the dominant element in the self-consciously internationalist radical Left. It was not merely that in Kropotkin (...) and Malatesta (...) anarchism produced a persuasive philosopher and colorful, charismatic activist-leader from younger generation, not matched by mainstream Marxism. Notwhitstanding the towering edifice of Marx´s thought, from wich anarchism often borrrowed, the movement did not disdain peasants and agricultural laborers in an age when serious industrial proletariats were mainly confined to Northern Europe. It was open to «bourgeois» writers and artist –in the name of individual freedom- in way that, in those days, institucional Marxism was not. Just as hostile to imperialism, it had no theorical prejudices against «small» and «ahistorical» nationalism, including those in the colonial world. Anarchist were also quicker to capitalize on the vast transoceanic migrations of the era. Malatesta spent four years in Buenos Aires –somthing inconceivable form Marx or Engels, who never left Western Europe. May Day celebrates the memory of inmigrant anarchist –not Marxist- executed in the United States in 1887” (Anderson, 2007: 2).

El anarquismo del fin del siglo XIX ha sido retratado a menudo bajo la imagen de la “propaganda por el hecho”. Sobra decir que rechazo esta forma de expresión política. Lo que reivindico es esta juventud, esta apertura, y esta voluntad de articularse con las distintas subjetividades y expresiones culturales globales que señala Anderson, y que ahora más que nunca, en la postmodernidad, son necesarias para el antagonismo. Sin esta articulación nada es posible. Asimismo, su espíritu antiautoritario del anarquismo sigue presente en este relato. La crítica al capitalismo también. Y sin embargo, también sería correcto decir que el post del anarquismo no es ya anarquista stricto senso. Con el post-marxismo pasa lo mismo. Curiosamente ese post del marxismo a veces también reivindica el tipo de anarquismo del que acabo de hablar. En concreto,  Negri y Hardt reivindican el legado de los Wobblies (la IWW) de comienzos del siglo XX: su apertura hacia los migrantes, su dinamismo organizativo y sus primeros experimentos con una organización en red. Hoy en día el post del anarquismo y el post del marxismo tienden a converger. En mi opinión, tanto los postanarquistas (May, 1994; Call, 2002; Newman, 2001; etcétera) como los postmarxistas, al menos aquellos que hasta aquí hemos citado (Negri, Haraway, Lazzarato, Guattari), coinciden en dos cuestiones: la redefinición acontecimental y disutópica de la revolución, y la defensa de las prácticas y formas políticas que se resumen bajo la figura  que algunos nombran como la multitud.

El postanarquismo (o Acracia 2.0) es y no es anarquista. Ya no es lo que era, aunque le debe mucho. Así como la revolución postsocialista ha de redefinirse en virtud del acontecimiento y el poder constituyente, ahora la acracia ha de redefinirse en función de la multitud. Partiendo de la disputa entre Hobbes y Spinoza, autores como Antonio Negri y Paolo Virno han definido la multitud como una forma opuesta al pueblo. La multitud es un conjunto de singularidades que perseveran como tales en su ejercicio político y productivo. La multitud como jardín de peculiaridades (Sepúlveda, 2002). El pueblo hobbesiano se trata de la reducción al Uno de esta multiplicidad. El Uno: el soberano, la Voluntad General, etc.  Si la democracia implica la reducción de esta multiplicidad bajo la representación del Uno, “sólo la acracia se constituye en el cuerpo social como el procedimiento que garantiza las condiciones materiales de deliberación, participación y decisión que requiera la política de movimiento” (Viejo, 2005: 114). En este sentido, y sólo en este sentido, es decir, en función del poder constituyente de la multitud, “la acracia fue, es y seguirá siendo el regimen político del comunismo”. Ambos, post-anarquismo y post-comunismo se dan ahora la mano bajo sus respectivas formas postmodernas. Diferenciarlos es casi imposible, pues existen tantas diferencias dentro de las dos categorías como entre  lo uno y lo otro.

Vivimos un momento de tránsito. Más que el fin de los metarrelatos puede afirmarse que la postmodernidad es un frenético lugar de ebullición mitopoiética postsocialista. Todavía no podemos darnos nombres nuevos. Somos post y somos anti. Pero este nihilismo es activo, afirma, aunque no tanto como quisiera. No para de afirmar mientras asalta las murallas de la vieja Roma. Si ya no somos lo que éramos, ¿por qué defendemos algo así como el “post-anarquismo”? Por cuestiones estratégicas. Prefiero la etiqueta “post-anarquismo” a un anarquismo-a-secas porque ella nos localiza en un tránsito. El postanarquismo es un exceso del anarquismo. Acracia 2.0. Política de intermezzo. El postanarquismo fuga y desterritorializa sus antepasados, pero sin dejar de reconocer su parentesco.

Más que un estado fijo, con esta expresión nos referimos a un flujo de intensidades. Un camino siempre inacabado. También una de/re/construcción que, al mismo tiempo, conserva lo que al viejo significante le queda de fuerza simbólica, y lo reformula para llevarlo a otro lado. La postmodernidad es un intermezzo. El post-anarquismo es un estar entre, con un pie en el mundo que muere y con el otro en el que puede nacer. No debe entenderse como una mera conjunción de anarquismo + postestructuralismo, por mucho que beba de ambos. Más bien se trata de una bandera con la que expresar el deseo de trascender los viejos hormes, de devenir-otro y de agenciar nuestros cuerpos en el flujo virtual y actual de la eterna diferenciación antagonista. Dejar atrás el mundo que nos abandona, con todas sus hagiografías y reliquias, para crear nuevos mundos a través del despliegue actual de las oportunidades virtuales. Cabalgar sobre las líneas de fuga. Y recombinarse con el otro amigo para innovar excesos por venir. Reloading movement. Galopar sobre las lisas mesetas y entre las punzantes alambradas de lo cotidiano. En esto consiste hoy la alegría de ser “anarquista”.

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