El imperialismo del día a día. - John Zerzan

La violencia, incluso el terror, existen desde siempre en la periferia del imperio. Son los instrumentos por los cuales el imperio se consolida, se defiende, se extiende. El imperio tiene que responder de la misma forma si es atacado o si pierde sus fundamentos. Lo nuevo del 11 de septiembre es que no sucedió en un lugar lejano. Es como si Roma hubiese sido atacada 2.000 años atrás, en la cumbre de su poder.

El corazón del imperio tiene un vasto y omnipresente significado separable, e inseparable, de aquellas torres gemelas de Manhattan. La existencia cotidiana, bajo el signo del capital y de la tecnología que el World Trade Center representaba, lo proclama también.
Vivimos en una cultura de creciente vacuidad; hay un vacío en el corazón de nuestro imperio. Las epidemias de drogas ilegales se suceden una tras otra, mientras que decenas de millones de personas, incluidos los niños y los jóvenes, recurren a antidepresivos para hacer soportable la existencia. Hay una sed enorme de anestesia frente al daño y la devastación de la vida emocional. Todo el mundo sabe que algo se ha perdido, que el sentido y el valor se alejan de la vida cotidiana, junto con su verdadera forma.
«Cuanto menos realmente viven las personas –o tal vez de una manera más exacta, cuanto más conscientes se vuelven de que no han vivido realmente–, más áspera y espantosa se les aparece la muerte y más se convierte ésta en una terrible desgracia.» La observación de Theodor Adorno, de hace algunas décadas, parece más pertinente incluso en la actualidad. Los aviones que estallan y el ántrax pueden aterrorizar; mientras que una crisis mucho más profunda provoca un temor más penetrante y fundamental.
El imperio es global. No hay ninguna parte adonde escapar de su corrosiva esterilidad. Frederic Jameson nos recordaba que vivimos en la sociedad más normalizada que ha existido nunca. En Global Soul («El alma global»), el trashumante Pico Iyer/* reflexiona sobre cómo el mundo tiende ahora hacia la universal uniformidad. Una unidad global de extrañamiento, desorientación y desconexión, condenada a parecerse a las pistas de aterrizaje de un aeropuerto. La gente se viste ahora casi igual en todas las grandes ciudades del mundo, beben Coca-Cola y miran muchos de los mismos programas de televisión.
El panorama de irrealidad y rutinización del imperio se hace cada vez más firmemente patológico. El daño a la naturaleza y la violencia contra las mentes compiten en una cultura posmoderna de negación, subrayada por las irrupciones del homicidio en el trabajo, en el hogar y en la escuela. Probablemente oiremos más y más campanas de alarma que nos despertarán por completo. El sueño tranquilo es impensable.
¿Quién no sabe, en alguna parte de su ser, por dónde este imperio –esta civilización– se apodera de nosotros? Nuestro movimiento de liberación debe ser cualitativamente diferente de todos los enfoques limitados, fracasados, del pasado. La vida cotidiana está a la espera –a la espera de que la vivamos de verdad.
Nota
* Pico Iyer nació en Inglaterra, de padres indios que lo llevaron a vivir de niño a California. Se lo conoce como “el escritor norteamericano que vive en Japón” y también como «el escritor indio que vive en los Estados Unidos». [T.]

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