Fugas y excesos - Antón Fernández de Rota

 Con las revoluciones y las transformaciones simbolizadas por los años 56-68-77-89, y finalmente el 1999 de Seattle, el anterior periodo obrerista ha finalizado. En el ciclo de luchas obrerista el espacio político estaba triangulado por tres grupos con pretensiones monopolistas: los partidos/estado, las empresas/patronal y los sindicatos de masas. Decíamos que en el modo obrerista el discurso se construía en torno a las categorías económicas y que la subjetividad obrera subsumía a las demás manteniendo con ellas una relación de hegemonía. En el  post-1968 todo  esto cambia. Subjetividades antes minoritarias se convierten en co-protagonistas (feminista, ecologista, antirracista, pacifista, indígenas) y emergen otras nuevas (queer, postfeministas, hackers).
La composición de clase se transforman (precariado, cognitariado, trabajo sexualizado, migrantes postcoloniales). La triangulación del espacio político se rompe con la irrupción de nuevos actores colectivos. Aparece una nueva forma de hacer política, la política de la multitud, que es hija de las formas que emergieron durante el inicio de la cesura postmoderna, es decir, aquellas luchas extra-parlamentarias de los sesenta y las luchas de la autonomía de los años setenta y ochenta. En Seattle, un movimiento de movimientos heterogéneo, descentrado, fluido, y organizado en forma/red entra definitivamente en escena.

En este nuevo escenario, la antigua pretensión de formar un sindicato masivo que encabezase una revolución ya no parece tener sentido. La vía de la revolución a través del partido lo tiene aún menos. La propia idea de revolución asociada a los partidos y los sindicatos hace ya mucho tiempo que se ha vuelto obsoleta. Las posibilidades virtuales y actuales del sindicalismo revolucionario se han empequeñecido enormemente y nada nos puede hacer suponer que en el futuro sus expectativas vayan a mejorar. A cada gran conflicto que estalla, los sindicatos (tanto los revolucionarios como los integrados en las lógicas de control y mando del capital) son una y otra vez desbordados. En estas luchas la fuerza/trabajo busca y a veces encuentra otras formas de asociación, más acordes con los tiempos. Los piqueteros y las asambleas vecinales argentinas, los Sem Terra brasileños o las cooperativas de vivienda uruguayas, las redes por los derechos sociales como V de Vivienda o las Oficinas de Derechos Sociales de las okupas y centros sociales, las Universidades Nómadas y los grupos de autogestión del conocimiento, todos estos son ejemplos de un nuevo tipo de biosindicalismo. El sindicalismo como tal, es decir, el sindicalismo burocrático centrado alrededor de la subjetividad-obrera, jamás podrá aspirar a nada más que a ser un elemento más, un pequeño colectivo más, del collage revolucionario. (Deseo que queden las cosas claras. Aunque mi localización política está más próxima de las formas biosindicales, no creo que el tiempo de los sindicatos antagonistas tradicionales haya pasado. No quiero descalificar al anarco-sindicalismo o el sindicalismo de base. Mi narración histórica se limita a precisar cuales son hoy sus posibilidades actuales, que se han reducido a ser un elemento más del collage. Y, del mismo modo, mi narración apunta hacia la necesidad de re-actualizar sus viejas estructuras sindicales, sus formas de actuación y sus teorías políticas. Exactamente esto mismo podría decirse para el resto de los segmentos anarquistas modernos o el anarquismo en su conjunto. Anarchism reloaded).

Como ya hemos dicho, fue la excedencia y la fuga del deseo antagonista lo que causó la crisis de las formas clásicas de la izquierda (anarquista o comunista). A finales de los setenta y comienzos de los años ochenta, Félix Guattari y Michel Foucault intentaron pensar esta cesura. Guattari definió una serie de rasgos de las nuevas luchas postsocialistas: 1) no se centrarán únicamente en rasgos cuantitativos, sino que pondrán en tela de juicio las finalidades del trabajo, el ocio y la cultura, y politizarán la vida cotidiana y doméstica; 2) ya no se centrarán en las clases obreras-industriales-cualificadas-blancas-masculinas-adultas; 3) no podrán centrarse en un partido, un sindicato o una vanguardia; 4) no se centrarán en el ámbito nacional, sino que devendrán globales; 5) no se centrarán en un corpus teórico único; 6) rechazarán la compartimentación entre valores de cambio, valores de uso y valores de deseo (Guattari, 2004: 56-57). Foucault (2001) señalaba otra serie de rasgos. Entre otros apunta, por ejemplo, la importancia de la lucha contra las formas de saber/poder (luchas de los pacientes contra la autoridad médica o de la industria farmacéutica). Creo que todos estos apuntes siguen siendo válidos.

Para construir las posibilidades revolucionarias es necesario producir la virtualidad, para pasar de la virtualidad a la actualidad debemos de estar atentos a los excesos que producen las líneas de fuga, aprovechar sus oportunidades. Y estamos rodeados por una multitud de excesos. La migración global, consecuencia de la represión del deseo por parte de la geopolítica mundial, está creando evidentes excesos contra las restricciones del espacio estatal, de la ciudadanía nacional y de la gubernamentalidad, al tiempo que teje y difunde por doquier itinerarios transculturales que desbordan las ansias de pureza nacionalistas. Los excesos suponen siempre la creación de una crisis del dispositivo de captura, de la institución, del concepto o del deseo que exceden. La crisis es un momento ambiguo que se debate entre dos polos. Un polo-cancerígeno en el que el exceso del cuerpo se vuelve contra él y lo convierte en un agujero negro (la tristeza en la filosofía de Spinoza); y un polo-delirante en el que el exceso reinventa el cuerpo y lo empodera (la alegría spinoziana). El exceso migrante se debate entre el polo de la reacción fascista y otro caracterizado por el espacio liso de la “ciudadanía” global, la supresión de las fronteras y la afirmación gozosa del mestizaje. Lo mismo ocurre con el exceso en los sexos y las sexualidades. Los transexuales crean sexos alternativos, pero su importancia real va más allá: crean la posibilidad de pensar lo sexual en términos distintos al moralismo biológico (natura/contranatura). Un transexual es siempre tecnonaturacultura, es decir, un cyborg. Lo transexual es el símbolo de la nueva corporalidad en la era del ciberespacio, la biotecnología, la producción tecnopolítica de los cuerpos, los sexos y los géneros (implantes, operaciones, hormonas y estrógenos sintéticos, etc.). Todos somos cyborg. Capitalismo cyberpunk. Los devenires trans y ciborg, en su excedencia de las dicotomías humano/animal, humano/máquina, hombre/mujer, homo/hetero, nos exigen replantear nuestras políticas sexuales, de género, científicas o ecológicas.

En estos tiempos donde la vieja izquierda no ve nada más que “ruinas y derrotas” de lo que un día fueron las posibilidades revolucionarias, llenos sus ojos todavía de las lágrimas por la defunción del periodo obrero, no son capaces de comprender las posibilidades de los excesos que nos rodean y que han sido producidos en las luchas antagonistas. Comentábamos las fugas relacionadas con el sexo y la sexualidad y mencionamos las fugas relativas a la molaridad del género. De la mano de lo queer, las nuevas derivas (post)feministas en lugar de defender una “feminidad natural” deconstruyen radicalmente el género. Entienden que no hay una masculinidad ni una feminidad  “por naturaleza” sino que estas categorías son política, cultural y tecnológicamente elaboradas, y que de la misma forma que se han sido producidas, de la misma manera pueden reconstruirse y convertirse en algo distinto. Un buen ejemplo de estos posicionamientos lo sería la posición postfeminista y queer de Judith Butler (2006), o los trabajos de Donna Haraway (1995), con sus alegatos a favor de un feminismo cyborg, con el cual las barreras entre la ciencia y la política, o lo humano y lo no-humano, implosionan y se articulan  y se politizan de maneras novedosas.

La Gran Negación en los sesenta (Marcuse, 1967) que puso en jaque las instituciones de la sociedad disciplinaria y puritana aún hoy tiene consecuencias que se manifiestan en la “crisis de autoridad en la escuela”, en la “crisis de la familia” en la “crisis de la figura paterna”, etc. También en la crisis de la democracia, pues los nuevos movimientos sociales, ajenos a la política representativa, ya no aceptan representantes unitarios que dialoguen sus políticas en nombre de las “masas”. Los movimientos han construido un espacio propio donde ejercer y reinventar la política, un espacio que expresa un verdadero exceso político.

Las fugas proyectadas por las revoluciones moleculares, sociales y culturales nos han legado toda una galaxia de mundos posibles. En los últimos años hemos visto emerger otros excesos. La productividad de la multitud también excede los dispositivos del capitalismo actual. Valga de ejemplo ese exceso cibernético que es la “piratería”, el software libre, la libre cooperación de cerebros y la cultura gratuita del compartir: exceso y fugas de los mecanismos de captura económicos. Todo ello, sin lugar a dudas, es aprovechado por ciertas ciber-empresas para conseguir amplias ganancias; tal es el caso de Youtube o toda esa montaña de empresas que se hacen de oro gracias a Linux (revistas, servicios técnicos, etc.). Sin embargo, supone también un movimiento de éxodo de los dispositivos de control capitalista de un tamaño colosal. Tal exceso, de muy distintas maneras, aunque en la mayoría de los casos de forma parcial y despolitizada, vuelve a cuestionar aquello que comenzaron a problematizar los socialismos clásicos: la propiedad privada. El movimiento del copyleft (Creative Commons, etc.) supone una tentativa interesante de constituir con esta fuga un vector político.

Enumerar todas las fugas actuales sería una tarea de volumen enciclopédico, una vasta labor mucho más allá de las posibilidades de un artículo como este y también, por supuesto, mucho más allá de mis capacidades. Soy consciente de alguno de los errores que estoy cometiendo. Uno de ello es el de partir y escasamente intentar dejar mi propia localización. Mi escrito es demasiado “occidental”, por llamarlo de alguna manera. Sin embargo, es importante tener en cuenta que las fugas acontecen por doquier, a lo largo de todo el mundo, con su singularidad según cual sea su localización geopolítica y subjetiva. De hecho, muchas de las expresiones más potentes se encuentran fuera de lo acotado como “lo occidental”. Los movimientos “indígenas”, por ejemplo, están innovando por todos lados (post)modernidades alternativas. La localización más o menos europea en la que se ubica este artículo ha dejado de lado experiencias a nivel global de lo más interesante, como son las que se dan, por ejemplo, en todos los “abajo y a la izquierda” de las subjetividades antagonistas suramericanas, “anónimas” tras los pasamontañas en las selvas y los barrios. Pero también en otros continentes. Desde la tradición marxista se han estudiado estos movimientos profusamente a través de los estudios subalternos y los estudios postcoloniales. Durante los últimos años también ha habido una serie de aportaciones que intentan pensar lo ácrata desde un ángulo no-eurocentrado (por ejemplo, Mbah y e Igariwey, 2000; Alston, 2003; Adams, 2008; Evren, 2008).

En el mundo de hoy hay mucho más que ruinas. La cuestión, ahora, como decía Hakim Bey, es retomar las luchas allá donde la dejaron los movimientos anti-coloniales, los contraculturales de los sesenta y los autónomos de los setenta y los ochenta. Esto es, producir acontecimientos más allá del post del 1968, del post 1977, y sobretodo, más allá del post del 1989. Los primeros chispazos prometedores se expresan en: (1) la proliferación de un espacio político autónomo y ajeno a las instituciones estatales y para-estatales (valga decir: las ONG y los sindicatos integrados); (2) la explosión del primer ciclo del devenir global de las luchas que ha tenido lugar durante la última década; (3) todo ese conjunto de nuevas enunciaciones teóricas hasta aquí comentadas, que aunque no pueden ser nombradas por sí mismas (postestructuralismo, postfeminismo, postmarxismo, postanarquismo, etc.). Los tres elementos señalan distintos pasajes a la postmodernidad: postmodernización del espacio y la forma política, postmodernización del discurso de la política antagonista.

Por último, en nuestra enumeración de las fugas y los excesos que se nos presentan como retos políticos de primer orden, debemos reconocer que, el agenciamiento de las luchas sobre un espacio propio autónomo/global, requiere hoy más que nunca de una articulación con la problemática ecológica. Un nuevo ecologismo a-naturalista y transversal que articule las ecologías medioambiental, mental y social y lo haga en los términos de poder constituyente y las revoluciones moleculares del deseo (Guattari, 1990). Tal propuesta, íntimamente enamorada de la creatividad, deberá suplantar la locura del productivismo industrial por toda una ética de la poietica inmaterial (deseos, ideas) y de la poiesis material ecológica (innovar relaciones conviviales con el resto de cuerpos biosféricos).

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